Hay en el mundo personas que al hablar se les salen los ojos de las cuencas y se les quiebra la voz. No se les quiebra de emoción o de bronca, pero se les quiebra. Son personas que hablan sin teoría. Son personas que no estudiaron sobre el tema. Pero sin embargo transmiten algo en su discurso que llena y se fija mucho más que aquello que nos puede brindar un libro.
Estas personas hablan de su conocimiento cual anécdotas del pasado, y logran emocionarnos al punto de llegar a las lágrimas o incluso nos llevan a la reflexión personal. Hablen de lo que hablen.
No les enseñaron lo que nos dicen en la universidad o en el colegio. Y muy probablemente no se los dijeron ni sus padres ni sus abuelos. Son descubrimientos de sus mentes. Son fruto de horas de soledad rodeada de gente. Son el resultado de mirar sin mirar fijamente una pared. De sostener un libro en la misma página. De no comer, de llorar por años, de meditar.
Ellos son los apasionados. Y no se encuentran muchos en el camino. Pero los pocos que se encuentran nos marcan como nunca. Son filósofos sin título, pensadores y solitarios. Ellos pasan desapercibidos por el mundo, o por lo menos su lado apasionado. Pero cuando logramos verlos se dobla su importancia en nuestro mundo y nos volvemos dependientes de ellos. En este momento de mi vida, con mis cortos 17 años de edad, me enorgullece decir que he encontrado un apasionado.
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