jueves, 28 de octubre de 2010

Los Apasionados

Hay en el mundo personas que al hablar se les salen los ojos de las cuencas y se les quiebra la voz. No se les quiebra de emoción o de bronca, pero se les quiebra. Son personas que hablan sin teoría. Son personas que no estudiaron sobre el tema. Pero sin embargo transmiten algo en su discurso que llena y se fija mucho más que aquello que nos puede brindar un libro.
Estas personas hablan de su conocimiento cual anécdotas del pasado, y logran emocionarnos al punto de llegar a las lágrimas o incluso nos llevan a la reflexión personal. Hablen de lo que hablen.
No les enseñaron lo que nos dicen en la universidad o en el colegio. Y muy probablemente no se los dijeron ni sus padres ni sus abuelos. Son descubrimientos de sus mentes. Son fruto de horas de soledad rodeada de gente. Son el resultado de mirar sin mirar fijamente una pared. De sostener un libro en la misma página. De no comer, de llorar por años, de meditar.
Ellos son los apasionados. Y no se encuentran muchos en el camino. Pero los pocos que se encuentran nos marcan como nunca. Son filósofos sin título, pensadores y solitarios. Ellos pasan desapercibidos por el mundo, o por lo menos su lado apasionado. Pero cuando logramos verlos se dobla su importancia en nuestro mundo y nos volvemos dependientes de ellos. En este momento de mi vida, con mis cortos 17 años de edad, me enorgullece decir que he encontrado un apasionado.

miércoles, 27 de octubre de 2010

2010

Antes de empezar el año sólo pedí que fuera un año groso. Y los astros me escucharon. Todo deseo que pedí a las pestañas se cumplió, incluso las veces que se me cayeron al piso.
Perdí a mi mejor amiga. Creí que la había perdido para siempre. Pero sin embargo, simplemente extrañándonos, nos estamos recuperando.
Me mandé cagadas. Hice cosas que me había prometido nunca hacer. Sin embargo, no me arrepiento de ninguna.
Descubrí que podía enamorarme. Me enamoré como pensé que nadie podía enamorarse. Conocí a mi mejor amigo en el mundo entero. Descubrí que soy celosa.
Ahora sé que me gustan cosas que nunca pensé que podían gustarme. Que quiero a gente que pensé que no soportaba. Que las cosas no son tan así como parecen. Que la gente es como es porque tiene sus motivos.
Que pude perdonar lo que consideraba imperdonable.
Que soy más parecida a mi mamá de lo que creía. Y me enorgullece decir que eso me enorgullece.
Que no creo en mi misma tanto como creí que creía. Que enamorarse, en efecto, es mucho más que agarrarse de la mano.

sábado, 9 de octubre de 2010

Angustia

Siempre supuse que podía pasar de la euforia a la depresión profunda. Y había logrado diferenciar ese estado eufórico de la felicidad verdadera. Pero hoy me di cuenta de que no lo controlaba tan bien como creí.
Ahora sé que puedo reconocerme como plenamente feliz, como llena de paz y armonía. Como equilibrada. Pero sé ahora también que puedo reconocerme así porque también puedo tapar casi completamente uno de los mayores pilares de mi vida, ahora roto. Puedo hacer de cuenta de que no es tan importante y de que ya lo asumí, creerme que ya no me afecta.
Pero así tan armoniosa como me creía, hoy con la noche, cayó en mi inmensa sonrisa involuntaria una sensación de inquietud que no me dejaba permanecer sentada. De repente me llenaron unas incontrolables ganas de gritar y se me manchó la cara. Empezaron a picarme los brazos y mis uñas se volvieron filosas.
En un ataque casi de ira, corrí a sentarme al piano, puse una paritura en el atril y comencé a tocar plácidamente. Gracias a la obra que elegí, pude serenarme un poco, o eso creí. A los pocos minutos entró papá a mi habitación y se tiró en mi cama a escucharme tocar. Comencé de vuelta la obra. LLegué a la mitad y en un intento de evasión de mi angustia, cambié de partitura violentamente a una más movida. Fui pasando de obra en obra tocando cada vez peor. Cuanto más las conocía, peor me salían. Entré en transe. Mi papá, que estaba muy comodo escuchando, se marchó de repente, como sabiendo que ese momento era sólo mío y que me estaba sintiendo invadida. No sólo por él, sino por esa angustia que crecía dentro mío y que me estaba dando ganas de romper el piano. Seguí tocando.
Un rato después, me di cuenta de que estaba conteniendo el aire, y no sabía hacía cuanto tiempo. Largué todo ese oxígeno que había hecho elevar mis hombros. Pero en vez de un suspiro salió un sollozo. Esa hilacha que dejé ver produjo algo asqueroso en mi cerebro que no me dejó leer más: mis dedos dejaron de responderme y no podía entender lo que había delante de mis ojos. Se cortó algo en mi que no podía volver a conectar. Me di cuenta de que ya no había conexión entre el pentagrama con sus figuras y mis dedos, ya no entendía la relación directa con las teclas ni con los sonidos. Nada. Un vacío, un corte, una desconexión. Sentí miedo, un miedo atroz que me golpeó el estómago; recordé los relatos de personas previas a un ACV: falta de coordinación, respuestas involuntarias, incoherencias en lo que dicen. Me asusté en serio. Pero insistí en seguir tocando, en intentar coordinar ese puto acorde que estaba leyendo y lo que tenía que tocar. Ese simple acorde, que había tocado un millón de veces esos últimos meses y que de repente era sólo un conjunto de círculos y patitas insignificantes para mi.
Hasta que dejé escapar otro sollozo, al que siguió un llanto incontrolable, profundo, doloroso. Y pude leer, pero elegí no hacerlo más, porque ahora era una fuerte tristeza lo que me quitaba las ganas, pero no la capacidad. Y lloré. Lloré con dolor por medio minuto, pero no me dejé llorar más. Porque hay algo en mi que no me deja. Hay algo mío que se niega a abandonar la vida feliz, mi vida armoniosa, con paz. Porque estoy cansada de llorar, pero parece que mi corazón no.
Sé que puedo ocultar ese pilar roto por ratos. Sé que puedo creerme que puedo aceptar su nueva naturaleza. Pero la realidad es que nunca voy a llenar ese vacío. Porque hay algo de esa columna en mí. Algo irremplazable que cada tanto necesita hacerme llorar.

sábado, 2 de octubre de 2010

Escribir

Hermosa terapia escribir. Es para mi como descargar mis emociones en palabras y a estas en el teclado. Dejando así lugar sólo para aquello que me llena de paz.
El problema es que a veces vuelco todo aquello que pasa por mi cabeza igual a como surge, dejando a la vista un quilombo de frases incoherentes que la mayoría de las veces trato de eliminar. Porque si intento darles forma o sentido pierden la emoción con la que nacieron.
Tengo una cabecita desordenada. A veces esto me gusta, a veces no.
En los momentos más absurdos aparecen atrás de mi frente historias sin sentido para otros, pero mágicas para mi.
No me siento a inventar incoherencias, me siento a respirar en el asiento del micro y simplemente llega a mi cabeza una frase que muta a otra cosa o un extraño cuento de desconsuelos entre el nene que grita a mi lado y su mamá.
A veces esto me gusta, a veces no.
Ya no disfruto inventando historias conmigo como protagonista. No estoy conforme con mi vida, estoy feliz con ella. Ya no necesito escapar por el mundo sin valija cuando me angustio. Ahora sólo escribo. Escribo lo que me produce mirarla a mamá. Escribo el desperdicio de ver a un enamorado hablar por teléfono malgastando su sonrisa en los que lo vemos desde este lado de la línea.
Pero todavía me preocupa no poder expresar plenamente en palabras lo que me produce en el cuerpo lo que veo cuando me vienen las ideas a la cabeza.