martes, 28 de septiembre de 2010

Me dijeron que adelante mío había un elefante negro. Yo dije que no lo veía. Porque REALMENTE NO LO VEÍA. Adelante mío hay pasto, no un elefante negro. Insistieron en que había un elefante negro. Entonces me acerqué a tocarlo, a pesar de que no lo veía. Pero sentí aire. Nada más que aire.
Entonces, para que no pensaran que estaba loca, tratando de mantener la cordura, insistí en que ahí no había nada. Me pusieron cara de académicos, y con voz irritablemente dulce te dijeron: “que vos niegues sus existencia no va a hacer que el elefante desaparezca, es mucho mejor que aceptes que está ahí y lo arregles”. Gracias, ahora me preocupo más. Pero seguía sin verlo. Entonces decidí ir al especialista en elefantes para que me enseñe a ver elefantes, y lo vi, pero no era negro, era gris. Sin embargo mi familia siguió insistiendo en que a pesar de que logré ver al elefante, no lograba ver su negrura. Eso me frustró más y logró que mi visión se volviera más borrosa que antes, dejando de ver completamente, no solo el elefante, sino también el pasto, el cielo. Fui al oculista, me dijo que mi vista estaba en perfectas condiciones. ¿Por qué no logro ver entonces al elefante? “porque tenés mal modo” responden todos.

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