Estamos nosotros, los que anteponemos los sentimientos a la razón, somos aquellos a los cuales ciertas necesidades físicas y psíquicas nos borran por completo los límites morales previamente impuestos. Los corren, borran o modifican.
Y después están los que la razón maneja sus vidas. La moral, lo correcto, lo que está bien visto, y después lo que sienten, lo que necesitan.
Son estos infelices los que no pueden vivir. Tienen una necesidad tan fuerte de respetar esas líneas morales, que no se dan cuenta que en realidad están suavemente trazadas con lápiz, que pueden ser cambiadas a su gusto y necesidad.
Pero tampoco nuestras paredes modificables nos garantizan felicidad plena, no. Nuestros límites, al modificarlos, se chocan con otros, ya sean propios o ajenos, y terminan lastimándonos a nosotros mismos por haber roto felicidades cercanas.
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