sábado, 17 de julio de 2010

Mamá

Hay algo en una pintora que no comprendo.
Ella pinta, pinta la paja en la silla haciendo nuevas líneas, contrarias a las que indicaría el modelo: Este consta de dos sillas, una tirada, una valija antigua, trapos y juguetes. No veo la magia en estos objetos, no puedo entender lo que he sentido en otros momentos. Sin embargo ella lo mira con fascinación, como si en pintar la expresión de esa muñeca se le fuera la vida.
Este modelo no me significa nada.
Pero he sentido esa inspiración cientos de veces en su taller. Colma el ambiente a tal punto que podría ser tangible. En esos momentos, al entrar a su refugio por la mañana o por la tarde, puedo oler el humo de sus cigarrillos y escuchar a la negra de fondo. Hay en el taller de mamá un calor especial que hace que los rayos de sol entren más naranjas por el techo. Pero todo esto se duplica al subir las escaleras: verla sentada frente a su tela mirando apasionada el centro de la composición y rápidamente dirigir la mirada al modelo, levantando el pincel a su vez, para luego volver rápidamente a la pintura y continuar con su labor... Hay algo en esa magia que la mantiene atrapada, tan concentrada que le toma un par de minutos darse cuenta de mi presencia y así mirarme por encima de sus anteojos rosas, muy seriamente.
Esperando el momento en que mira el bastidor, me atrevo a cruzar por su lado, sentarme detrás suyo y pedirle permiso para poner su disco de Clapton.
Hay algo de mi madre que no comprendo. Pero es en esos momentos en los que la leo entre líneas. Es entonces, cuando el aire va secando su sangre en el lienzo que la comprendo. Cuando la siento tan profundamente mi madre y comprendo cuán fruto de su vientre soy--

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