Una princesa y un mendigo sentados juntos en la vereda.
El mendigo ríe con ella. Sabe que ella será siempre su mejor amiga. Se quieren, se divierten, se disfrutan.
Pero él no sabe que ella ha encontrado ya su príncipe, y que deberá dejarlo para vivir en su blanco palacio.
Él sigue mirándola, con tanto amor como cabe en su cuerpo. Es su amiga, es su mejor compañera. No sospecha lo que pasa por su cabeza. No sabe que ella ya está enamorada.
La princesa mira la calle. Ve en el reflejo de un charco cómo se acerca su carrusel. Sin levantar la cabeza se cubre el rostro con ambas manos y comienza a llorar.
El mendigo calla y la mira. El cochero no la ve por las lágrimas en sus ojos y sigue de largo. Entonces ella levanta el rostro, lo mira al mendigo. Mira a su mejor amigo. Mira a su príncipe y exclama: ¡He encontrado a mi sapo!
Se besan.
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