viernes, 22 de julio de 2011

Cuánta vejez!

Es un odio tan grande no poder gritar lo que realmente quiero, poder decir lo que siento, lo que me pasa realmente. Pensar que hace tan solo unos meses prometí espontaneidad y respeto por mi misma, respeto por mis impulsos. Y sin embargo, reconfirmo que no se puede. Cosas mias, ajenas, sea de quien sea, merecen ser gritadas. Pero heme acá frustrada, sin poder decir lo que pasa por mi cabeza, que son tantas cosas sin ser, a la vez, nada. Una gran impotencia por ver cómo pasan palabras, imágenes, sentimientos sin poder convertirlas en una sóla idea.
Decidí dejar ver a Dalila sin importar las consecuencias. Pero el problema principal fue dar por sentado tantas cosas que no estaban ahí permanentemente. Cosas que se sueltan con tantas fuerzas como se aferraron durante tanto tiempo.
Pensé que a Dalila la iban a acompañar otros interiores, pero la dejaron sola, varada por ahí, tratando de golpear a un mundo inmenso, indestructible. Un mundo que no la acepta.
Hay cosas que nacieron para ser reprimidas.

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