miércoles, 3 de agosto de 2011

Terapia

Nunca pude acostarme en el diván. Y menos hoy. Me senté, incómoda, jugueteé un poco con mi cartera, puse en silencio el celular y esperé a que M entrara con su taza de té, como todos los miércoles y se sentara en frente mío.
-¿Vas a usar este almohadón?
-No, no, usalo.
-¿Cómo estás?
-..
-A ver.. ¿me explicas lo que pasa?
-Si supiera..
-(risa irónica)
Con un intento de resignación de mi parte, intenté explicarle mi situación, en vano, no se entendió casi nada. ¿Y qué le iba a explicar si ni yo sabía lo que pasaba?¿Para qué había ido?
Desmintió absolutamente todo lo que dije. Aparentemente, yo estaba tan sumergida en mi dramatismo familiar que había exagerado. No me extraña.
Mis tics, mis contracciones y mi fijación a morder mis dedos aumentaban conforme M hablaba.
Como en muchas otras sesiones, proyecté mi enojo hacia él. Sentí, como muchas otras veces, que me atacaba. Me daba las respuestas como si todo fuera muy fácil. Como si lo que pasa fuera culpa mía.
-Te noto tensa, con los tics y moviendo el piecito. No paras de morderte los dedos. ¿Qué te quedaste pensando?
-Nada. (llanto)
-¿Qué les dirías si los tuvieras enfrente tuyo?
-Que manejan todo como el orto. Que... ¡Que nada! ¡Si total no me van a escuchar!
M se rió irónicamente por décima vez. Más llanto. Mucho llanto.
-¿Qué te quedaste pensando?
- Que les rompería algo en la cabeza. (A vos también te rompería algo en la cabeza, debe ser pura proyección igual)
Lloré. Lloré más. Con tristeza y bronca. Me dio vergüenza llorar. Eso ya no era una sesión. Sentí que no tenía ningún derecho.
Lo odié. Me odié; porque odié que me describiera como eso que yo no estaba lista para ver: un manojo de nervios. Odié mis tics, mis nervios, mis ojos y mis músculos.
-¿Qué pensás?
-Nada, que odio mis tics, que estoy cansada. Que tengo la espalda hecha mierda... Tengo ganas de desconectarme (y rasguñarme, apagarme)
-Pero vos tenés que encontrar la forma de alejarte.. de desconectarte....
El resto no lo escuché. O por lo menos no lo registré. ¿Cómo voy a distraerme si mis músculos se mueven como enfermos, si para desconectarme tengo que salir de mi cuerpo?
Antes de irme, pasé al baño. Lloré un poco más y bajé las escaleras. Me pidió sinceramente que lo llamara. Me despedí, le agradecí y por primera vez me sonrió antes de cerrar la puerta.

-

Como un dolor húmedo le recorre la espina, llevándola a la contorsión frenética, a la desesperación y la ira.
La tensión, la piel seca y alergias. Una necesidad de nostalgia imperceptible. Atropello, roturas, ansiedad. Atracones, rasguños y abstinencias.
En un intento de lastimar su nostalgia le rompí la mano.
Sólo queda el recuerdo y el calor interno de aquellos días. Más que dolor, incertidumbre.
Tensión sin distensión.