Mi cabeza de cemento proviene del temor. Un miedo terrible a descubrir que quizá aquello en lo que creo no es tan así. Que esa seguridad no está tan asegurada. Después de golpear la terquedad varias veces contra la pared me encontré con una bolsa de escombro. Y me dolió ver el escombro convirtiéndose en polvo de a poco.
Llegué a una primera entrevista de terapia para decirle que "no sabía nada de nada", "no sabía qué pensaba con respecto a.. NADA". "No sé qué quiero, qué pienso. No sé cuándo cedo demasiado y cuándo muy poco." Y una angustia inigualable al encontrarme por primera vez en la incertidumbre de todo. De no poder afirmar nada.
Pero a pesar de la bolsa de polvo, seguía terca ante todo. Mi cabeza dura, convertida en una gran soberbia me llevó y sigue llevando a perder casi todo. Y todavía sigo sin entender nada. Sin pensar nada. Pero afirmando todo, absolutamente todo. Y sigo sin ceder en muchas cosas y cediendo en otras en las que no debería. Negándome a unas más allá de mi deseo de realizarlas por infidelidad a una primera decisión. Terquedad, terquedad, orgullo.
Soberbia. Más que nada, soberbia.